Dos archipiélagos. Tres provincias. Doce islas y numerosos islotes. Algo más de tres millones de habitantes. En torno a un millar de hoteles. Todo ello, entre el Atlántico y el Mediterráneo. En las islas Canarias y Baleares se convive con una compleja realidad: el aislamiento suele ser doble. Al evidente agua que rodea cada una de las isla se suma la incomunicación que sufren con respecto de sus conciudadanos del resto de provincias de España.
A los problemas habituales que sufre un vigués, un valenciano o un onubense, al canario o al balear se le suma la dificultad para encontrar soluciones en unas islas a las que solo llega el agua salada que las baña. Cuando un distribuidor balear busca cubrir una vacante de profesional en mostrador en alguna de sus delegaciones, la dificultad se acrecienta: a la falta de personas dispuestas a trabajar en tales puestos se suma la de que estén, además, dispuestas a mudarse a una isla de la que se sale, en el mejor de los casos, vía aérea.
Un escollo que los distribuidores baleares y canarios deben sortear para conseguir ofrecer a sus clientes las soluciones que demandan en su día a día. Especialmente, en unas islas que son paraísos turísticos, con casi mil hoteles entre todas ellas, con el potencial negocio que eso supone en materia de climatización y fontanería. Al mapa de complejos hoteleros hay que sumarle una dureza del agua -por los minerales que contienen, en cada uno de sus casos- que llevan a muchos equipos de climatización a la obsolescencia y el retiro antes que en otros lugares del territorio español. Otro punto más.
Además, la logística y los regímenes fiscales y económicos propios dificultan el comercio insular. Es decir, precisamente, el transporte de mercancías sufre de una complejidad añadida, pues las peculiaridades geográficas provocan dificultad en sus accesos. Pero es que a la complejidad para llevar productos a las regiones insulares se suman los tipos impositivos propios de dichas comunidades. Por poner un ejemplo, las exportaciones de mercancías al archipiélago canario están sujetas al Impuesto General Indirecto Canario y al Arbitrio sobre las Importaciones y Entrega de Mercancías en Canarias.
La oportunidad insular
BigMat anunciaba, el pasado mes de julio, la apertura de un nuevo centro logístico en Tenerife, con la previsión de inaugurar otro más en Las Palmas de Gran Canaria de cara a finales de año. Grupo Electro Stocks hacía lo propio con su recién inaugurado Cuadro GES. Ambos persiguen algo parecido con sus aperturas: torear una plaza “de gran importancia estratégica”, en palabras, precisamente, de uno de ellos.
A algo más de 2.000 kilómetros de distancia, el distribuidor Teclisa escogía el municipio de Calvià para abrir el que ya es su quinto punto de venta en la isla, a lo que hay que sumar un centro logístico en Son Castelló.
Estos tres movimientos, con apenas un mes de diferencia, ponen de manifiesto, precisamente, la relevancia que tienen unas islas casi siempre olvidadas que pueden convertirse en el edén para el intermediario. Un paraíso perdido con los años, con el consiguiente desprecio del resto de un país cada vez más concentrado en las cada vez más grandes urbes peninsulares, que puede reconvertirse en el particular Shangri-La de la distribución profesional.