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La niña bonita, el patito feo y el futuro de la calefacción

Europa busca avanzar con paso firme y decidido en la descarbonización hacia el objetivo marcado: alcanzar la neutralidad climática en el año 2050. Y para lograrlo, ya ha dejado claro que no le temblará el pulso a la hora de introducir restricciones severas, aunque éstas supongan un gran impacto en los sectores económicos implicados. 

De momento, los combustibles fósiles se han convertido en la primera víctima necesaria en esta carrera a largo plazo. El Parlamento Europeo ha apuntado directamente hacia ellos con la modificación de la Directiva de Eficiencia Energética de los Edificios, que obliga al sector de la calefacción a reinventarse y buscar alternativas. 

La norma, aprobada tan solo hace unos meses, pone fecha al fin de las calderas de gas en Europa, fijando como objetivo la desaparición de los sistemas de calefacción y refrigeración que utilizan combustibles fósiles en todos los edificios en 2035.

Hasta ahora, Europa había centrado su blanco solo en los combustibles fósiles, sin atreverse a legislar directamente contra las calderas. Y digo hasta ahora porque el último borrador de la normativa de ecodiseño ha atravesado todas las líneas rojas con la introducción de una exigencia inasumible para las calderas de combustión y que las condena a desaparecer del mercado en el año 2029. 

El texto, que aún se encuentra en fase de borrador, obliga a los sistemas a conseguir un 115 % de eficiencia energética, una empresa imposible para cualquier caldera independiente (a no ser que esté hibridada con bomba de calor). 

La calefacción se agarra al biometano

En FEGECA, la noticia ha caído como un jarro de agua fría (y ya son unos cuantos), pues deja a sus fabricantes en una situación de máxima incertidumbre de cara al futuro. 

Y es que, si este borrador consigue salir hacia adelante, Europa se cargaría de un plumazo la tecnología, impidiendo un uso más eficiente de la misma en el futuro y tirando por el desagüe todos los esfuerzos realizados desde hace años por los fabricantes para adaptar sus equipos a los nuevos gases renovables, como el biometano o el hidrógeno. 

Lo positivo es que estos movimientos en el tablero europeo han provocado una respuesta conjunta del sector de la calefacción, que se ha unido para reivindicar el papel del biometano en el proceso de descarbonización con una alianza transversal a toda la cadena de valor suscrita por CONAIF, Sedigas, FEGECA y AMASCAL.

Aunque quizá sea algo tarde, el sector se agarra ahora al biometano, pues es consciente de que es el último clavo ardiendo que puede salvar a las calderas y frenar la deriva del ‘todo a la electrificación’. Para lograrlo, deberá ejercer presión y ‘hacer lobby’ con este argumento al menos igual de bien que lo han hecho algunos durante los últimos años.

La otra cara de la moneda

Y como la alegría va por barrios, la otra cara de la moneda la representan los proveedores de bombas de calor (abanderados por AFEC), que no esconden su satisfacción con la proyección de ventas de los próximos años. No es para menos. Por delante, se abre un horizonte tremendamente optimista, motivado por las subvenciones y por la legislación europea.

Pese a ello, desde AFEC tienen claro que seguirán luchando para defender los intereses de la bomba de calor y que no van a dar un paso atrás. De hecho, han solicitado públicamente la revisión del único punto de la Directiva de Eficiencia Energética de los Edificios que deja una ventana abierta para los combustibles fósiles en calderas.

Lo cierto es que en este viaje a la descarbonización de los edificios, la Unión Europea ha decidido que su principal aliada sea la bomba de calor, que se ha convertido en la niña bonita de este proceso, la solución sostenible a la que todos se suben y que todos los fabricantes presumen de integrar en su portfolio.  

La caldera, por contra, ha pasado a ser el auténtico patito feo de la historia. Al igual que ese animal grande, gordo, apestado y rechazado por sus hermanos que inmortalizó Christian Andersen en uno de los cuentos infantiles más populares de todos los tiempos, las calderas son a día de hoy una solución contaminante, gris y caduca (o al menos así lo perciben desde Europa).

Los combustibles fósiles que se han venido utilizando hasta ahora para su funcionamiento (gas, gasóleo, carbón) han condenado a la tecnología, que escucha su sentencia dictada por Europa prendida de pies y manos, y con un margen de maniobra que es cada vez menor.

¿De espaldas al mercado?

Pese a los esfuerzos europeos, a día de hoy las calderas siguen teniendo una gran fuerza entre los usuarios finales, al menos en nuestro país. Y es que, según los datos publicados en el último informe de FEGECA, los fabricantes lograron poner en el mercado español 352.000 unidades en 2022, frente a las 70.300 de bombas de calor.

Las dificultades de este tipo de sistemas para la rehabilitación, el amplio parque de calderas de las grandes ciudades y los problemas de suministro para satisfacer una demanda tan elevada son otras de las variables de la ecuación que nos invitan a pensar que apostarlo todo a una carta quizás no sea la solución más inteligente. O sí. Sobre todo, si tienes la seguridad de llevar la mano ganadora y cuentas con el respaldo de las instituciones.

Los próximos pasos serán cruciales para el devenir de un sector de la calefacción que afronta una papeleta complicada y que ahora sí, deberá defender sin ambages la supervivencia de la tecnología en un escenario muy a la contra.

Quizá el argumento planteado les sirva para ganar tiempo. Ni el sector de la calefacción puede caminar a dos velocidades distintas ni Europa puede vivir de espaldas a la realidad del mercado.

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