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Sexta ola: ¿qué ha despertado en el sector?

Por Tania Alvarez

Debido a la sexta ola de la COVID-19, las últimas semanas están siendo duras. ¿Quién de nosotros no conoce a alguien de su círculo social que se haya contagiado estos días? Las cifras, récord entre las registradas durante toda la pandemia, lo confirman; aunque solo sea por estadística.

Esto ha hecho que -de forma ineludible- muchos hayamos rememorado meses pasados y hasta aquel tiempo en el que se llegó a decretar un confinamiento estricto en España.

Eso sí, con una importante salvedad: ahora sabemos que otro ‘encierro’ de estas características no sería viable para la economía. Muy mal se tienen que dar las cosas para que esto pase. Y eso que soy de las que piensan que sin salud no hay economía.

El negocio del sector, en la nueva ola de contagios

Pero ¿qué ocurre cuando una empresa instaladora -generalmente autónomos o pymes- tiene a toda su plantilla en cuarentena a la vez? El teletrabajo, por la naturaleza de esta profesión, no es posible, por lo que la consecuencia más clara sería el cese temporal de la actividad (pongamos por caso, los diez días que exige el actual protocolo de Sanidad).

Siguiendo con el supuesto, si se trata de una urgencia, el usuario final buscará a otro instalador. Y, por tanto, esa empresa ya estará perdiendo un cliente para su cartera, además del correspondiente ingreso que supondría el servicio demandado.

Y luego está el otro lado de la moneda: aunque en la empresa instaladora no haya nadie confinado por posible contagio, puede que sí lo haya en el hogar del cliente o que el propio cliente tenga miedo, en estos momentos ‘críticos’, de seguir adelante con el servicio (pese a los rigurosos protocolos de seguridad del instalador), y decida aplazarlo o, en el peor de los casos, cancelarlo.

Esto último también supone una venta menos tanto para el fabricante como para el distribuidor. Y la otra decisión del cliente: una venta aplazada.

¿Regresan viejos temores?

De nuevo, se pueden manifestar viejos temores sobre la evolución del negocio del sector. Sin embargo, creo que serán pasajeros.

No solo por los avances científicos (que han hecho posibles las actuales vacunas y un mayor conocimiento sobre el virus), sino también por los pasos de gigante que ha dado nuestro sector.

La mayoría de las empresas de la cadena de valor, por no decir todas, ya conocen los diferentes escenarios en los que puede situarnos la COVID-19, y, como tal, tienen sus propios protocolos de seguridad tanto con clientes como con sus propios empleados.

Todas también están mucho más familiarizadas con una toma de decisiones marcada por cierta incertidumbre y por hacer previsiones sobre la marchaTampoco contar con un plan B es ya algo ajeno. 

Y, en todo este contexto, quiero subrayar el valioso papel de las asociaciones sectoriales que, durante todo este tiempo, se han esforzado en informarse (pese a lo complicado de esta tarea en momentos de tantos datos e informaciones contradictorias), formado y asesorando día tras día para ayudar a fabricantes, distribuidores e instaladores. Ellas tampoco son las mismas hoy por hoy.

Por todo ello, estoy convencida de que NO estamos en el mismo punto que hace un año. Y, como buenos optimistas realistas debemos seguir vislumbrando un futuro realmente prometedor para el sector, que cada vez se verá de forma más clara gracias a la generación de más y más proyectos con la llegada de las ayudas europeas. 

Con virus o sin él, la sociedad evolucionará -es ley de vida- y, en ese crecimiento (en el que ahora estamos en un obligado proceso de adaptación) y las nuevas tendencias de vida que lo acompañarán, el sector es, irremediablemente, insustituible.

Aprovecho este post para desearos una feliz Nochevieja y buena entrada de año (cargada, sobre todo, de mucha salud): ¡un fuerte abrazo a tod@s!

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