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¿Presencial o teletrabajo? El reto de liderar personas a distancia

Por Agustín Torres

Desde que el teletrabajo se consolidó como una opción real, especialmente tras la pandemia, las empresas siguen debatiendo sobre qué formato es mejor: ¿estar juntos en la oficina o trabajar cada uno desde su casa?

Más allá de la productividad, la gran pregunta -y quizá la más difícil de responder- es cómo afecta cada modelo a la gestión de personas. Porque liderar un equipo no va solo de repartir tareas o alcanzar objetivos: va de entender a las personas, de acompañarlas, de estar cerca cuando hace falta.

Y ahí es donde el trabajo presencial sigue teniendo una ventaja que, al menos por ahora, la tecnología no ha conseguido igualar.

La cercanía como herramienta de liderazgo

Gestionar un equipo no se hace solo delante de un Excel, sino en los pasillos, en una conversación improvisada junto a la máquina de café o en un comentario rápido que alguien hace antes de una reunión. Esos pequeños momentos son los que permiten leer el estado de ánimo del equipo, detectar cuándo alguien está desmotivado o cuándo una tensión puede estallar si no se aborda a tiempo.

El trabajo presencial facilita ese tipo de conexión humana. Cuando estás en el mismo espacio, las emociones se perciben mejor: un gesto, una mirada o incluso el tono de voz dicen mucho más que un mensaje de chat o una videollamada. Es más fácil ofrecer una palabra de apoyo, una corrección en el momento justo o un simple “¿todo bien?” que, aunque parezca pequeño, puede marcar la diferencia.

Además, las conversaciones cara a cara tienen un efecto reparador. Una discrepancia o un malentendido se resuelven mejor hablando en persona, con la naturalidad de una charla de tú a tú, que a través de una pantalla. En presencial, la empatía se transmite sin filtros.

El valor del entorno compartido

Otro aspecto clave es el entorno. En una oficina, el equipo comparte un espacio, unos hábitos y una energía colectiva. Se respira el ritmo del trabajo, se aprende observando a los demás y se refuerza el sentido de pertenencia. Esa cultura común se construye con el tiempo, pero necesita de la presencia y la convivencia para afianzarse.

Los líderes, además, pueden observar las dinámicas del grupo en vivo: quién toma la iniciativa, quién se queda atrás, qué personas colaboran mejor juntas… Esa información es oro para gestionar con sensibilidad. No se trata de controlar, sino de entender cómo se mueven las personas y ayudar a que cada una encuentre su lugar.

El teletrabajo: flexibilidad con contrapartidas

Dicho esto, sería injusto negar las ventajas del teletrabajo. La flexibilidad que ofrece es enorme, y para muchos profesionales, ha supuesto un equilibrio más saludable entre vida laboral y personal. Poder ajustar los horarios, evitar desplazamientos o trabajar desde un entorno tranquilo puede aumentar el bienestar y, en consecuencia, la productividad.

Desde la perspectiva del líder, el teletrabajo obliga a comunicar mejor y organizarse más, lo que también puede ser positivo. Se valoran más los objetivos claros, las reuniones eficientes y las herramientas de colaboración. Y las videollamadas, aunque no sustituyen la presencia física, permiten mantener un contacto visual que, en cierto modo, acerca lo lejano.

Sin embargo, el gran riesgo del trabajo a distancia es ‘perder el tacto humano‘. La pantalla tiende a reducir la espontaneidad y las interacciones se vuelven más planificadas. Es decir, menos naturales. Se habla cuando hay agenda, no cuando surge. Y eso, en términos de liderazgo, puede enfriar las relaciones y hacer que los problemas tarden más en aflorar.

El reto para los mandos intermedios

Para los mandos intermedios o gerentes, esta situación plantea un reto enorme. Son ellos quienes tienen que mantener la cohesión del equipo, asegurarse de que la comunicación fluye y que las personas se sienten acompañadas. Y hacerlo a distancia requiere una atención especial a los detalles: escuchar activamente, preguntar más, estar disponible sin invadir.

No es imposible, pero sí exige un cambio de mentalidad. En remoto, liderar implica sustituir la observación por la intención. Si antes bastaba con mirar alrededor, ahora hay que buscar activamente la conversación, generar espacios de confianza y cuidar que nadie se sienta aislado.

¿Y si el futuro está en el equilibrio?

Tal vez el debate no deba ser tan radical: ni blanco ni negro, ni todo presencial, ni todo remoto. Quizá el modelo híbrido sea la vía más razonable, permitiendo mantener la cercanía del trabajo en oficina y la flexibilidad del teletrabajo. Pero incluso en ese equilibrio, hay algo que no cambia: liderar personas requiere presencia emocional, y eso es más fácil cuando se comparte espacio.

Porque, al final, la gestión de equipos no trata solo de productividad, sino de personas que confían unas en otras. Y la confianza se construye con tiempo, con contacto, con gestos pequeños que suman mucho. Las herramientas digitales ayudan, pero no reemplazan la mirada, la empatía o la conversación sincera frente a frente.

Liderar con sensibilidad

El teletrabajo ha abierto oportunidades impensables hace unos años y ha demostrado que la productividad no depende de una silla en la oficina. Pero cuando hablamos de liderazgo -de cuidar, motivar y acompañar a las personas-, el trabajo presencial sigue siendo insustituible. La cercanía humana sigue siendo, y probablemente seguirá siendo, el mejor canal para liderar con sensibilidad.

Porque gestionar personas va más de escuchar con el corazón más que de mirar la pantalla.

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