A las puertas de las Navidades, y entre las numerosas llamadas que, en días como estos, se convierten en habituales, confieso que una de ellas me ha servido de inspiración para escribir este post.
Os pongo en contexto: el viernes por la tarde comenzó a sonarme el móvil. Era una amiga con la que hacía tiempo que no hablaba, y, entre anécdota y chascarrillo, llamaron a su timbre. Una hora después, retomamos la conversación: resulta que se acababa de comprar un sistema de bomba de calor y el técnico iba a instalárselo.
Aunque, en realidad, sus palabras fueron: “ya se ha ido el hombre que ha venido a ponerme uno de esos dichosos y caros aparatos que dan calor y también frío”.
Fue entonces cuando le hice las ‘marcianas’ preguntas -y más que premeditadas: ¿Sabes el nombre del instalador? ¿A qué empresa pertenece? ¿Te dio alguna indicación sobre el mantenimiento o las revisiones recomendadas para el “dichoso aparato”? “No, tampoco se lo he preguntado. Vendrá en los papeles esos que me ha dejado. Cómo se nota que eres periodista: ¡qué interrogatorio!” -me dijo. Después vinieron casi veinte segundos de silencio, como quien ve a un extraterrestre y poco después realiza un aterrizaje forzoso a la Tierra.
Hablemos el mismo lenguaje
Tras la cháchara, vino a mi mente el plan de promoción de la Bomba de Calor que AFEC y más de una veintena de asociados desarrollan desde hace más de cuatro años. Que vaya por delante, que me estoy refiriendo a la bomba de calor porque es la tecnología que instaló mi amiga, pero mi reflexión podría extrapolarse a cualquier otro aparato: un aire acondicionado con función única de frío, una caldera…
Pues bien, esta campaña de divulgación, formación y especialización, que los fabricantes de estas máquinas térmicas están promoviendo, no deja de ser una ruta bien trazada de marketing, encaminada a crear una determinada imagen en el cliente final y, por tanto, consumidor potencial del producto.
Un camino que todos los actores de la cadena de valor (fabricantes-distribuidores-instaladores) deben recorrer de la mano. Especialmente estos últimos que son los que establecen el contacto más directo con el cliente de a pie y, como tal, pueden generar una nueva oportunidad de potenciar y/o afianzar la relación marca-producto-consumidor. Y, cuando hablo de marca, no me refiero a la del producto comercial, sino a una mucho más personal y potente: la del instalador.
Mi amiga no tiene excusa, pero creo que ese instalador –que espero que sea una excepción- perdió una valiosísima oportunidad de hacer marca. Sí, porque no hay mejor branding que el del propio instalador.